Hay algo profundamente conmovedor en estos aniversarios, donde el alma se detiene para honrar la memoria de quienes marcaron nuestras vidas. Don Marcelino, en su tránsito hacia la eternidad, nos dejó más que su ausencia física: nos legó el eco de su risa, la sabiduría de sus palabras, la calidez de su presencia y las huellas indelebles de su bondad.
Hoy, al recordarle, no solo lamentamos su partida, sino que celebramos el privilegio de haber compartido momentos con él. Su espíritu permanece entre nosotros, en cada lección aprendida, en cada sonrisa que inspiró, en cada acto de bondad que su ejemplo sembró en nuestros corazones.
Que este aniversario sea un puente entre la tierra y el cielo, donde nuestro cariño trascienda las barreras del tiempo y llegue hasta donde él descansa en paz. Don Marcelino vive ahora en la eternidad, pero también vive en nosotros, en la memoria agradecida de quienes lo amamos y lo recordamos con profundo respeto y cariño infinito.
Que su alma descanse en la paz que tanto mereció, y que su recuerdo sea siempre una luz que ilumine nuestro camino.